Nuestro recorrido a pie comenzó en una parcela de la Huerta de Carabaña en los lindes del río Jarama. Imposible hacerlo en mejor momento. Transcurrían los primeros días de septiembre, periodo de plena temporada para los tomates cultivados al aire libre al estilo tradicional. A pesar de mi impenitente escepticismo, albergaba la esperanza de reencontrarme con ese sabor dormido en mi memoria que persigo en vano desde hace años. Avanzamos lentamente a pleno sol a través de una hectárea y media de tomates morunos, rústicos, de pie franco, procedentes de semillas antiguas de finales de los años 40 del pasado siglo, no injertados, según me comentó Roberto Cabrera, propietario, quien me había invitado a visitar sus plantaciones.