Bruselas es un bosque con su caja de sorpresas. Sobre parte de él se ha ido edificando una capital. Pero la manta de los árboles impera en medio de la ciudad y sus alrededores. Obcecada en su gen vegetal, tiñe todo su contorno para proporcionar a la urbe belga un aire de tronco con ramajes superpuestos de savia, madera, piedra y aluminio. Es un bosque y un sendero líquido también, serpenteado de estanques, donde a diario se deslizan impertérritos, altivos y elegantes esos cisnes en los que Richard Wagner se inspiró para crear a los héroes rocosos y líricos de Brabante con su Lohengrin. Nadan a contraluz, atentos a la timba desconcertante de su clima, que juega con claroscuros o entreteje caleidoscopios y chaparrones al tiempo que modula su suave temperatura para dar lugar a una majestuosa vegetación.