En Tarapith, un pueblo indio situado al sur de esa estrechísima y remota franja del Estado de Bengala Occidental comprimida entre la región de Bihar y Bangladés, nadie parece saber, o más bien querer saber, algo de los aghoris. Aunque junto al crematorio ubicado en los límites de esta población viven desde hace cientos de años individuos de esta comunidad de santones seguidores de Shiva, las respuestas que el viajero recibe al preguntar por ellos son invariables: “¿Aghoris?, no existen, solo son unos falsarios”. O “aquí hace mucho que no hemos visto uno”. Ir a su encuentro es el primer objetivo de un viaje por el interior de Bengala; este octubre, el Gobierno ha anunciado que tras un año y medio con las fronteras cerradas por la pandemia el país se va a abrir a los turistas extranjeros a partir de noviembre.