Visité Ucrania en julio de 1991, durante el último y caluroso verano de la URSS. Viajar en aquel momento a la Unión Soviética suponía meterse de lleno en el ojo del huracán para ser testigo de cambios que pasarían a la historia. En el ambiente callejero de Moscú, Leningrado (actual San Petersburgo) y Kiev se respiraban aires de glásnost (transparencia) y reforma. Aunque aún no lo sabíamos, la perestroika de Mijaíl Gorbachov tenía los días contados.