En primavera, la montaña abandona el blanco y negro del invierno para vestirse de color. Todavía queda nieve en las zonas altas, pero aparecen los mil tonos de la roca, las mil clases de verdes de los prados y bosques, el azul de los ríos en su mejor momento del año y, por supuesto, las flores que convierten laderas, rocas, e incluso la nieve, en un jardín silvestre. En los Pirineos crecen cerca de 4.000 plantas diferentes, una cuarta parte de ellas por encima de los 2.000 metros y casi 200 llegan hasta los 3.000. Muchas han hecho una larga travesía de miles de años desde el centro y este de Europa y Asia (y antes desde el Ártico) para llegar hasta esta cordillera, límite meridional absoluto de su presencia. Son un ejemplo de supervivencia. Las ocho flores aquí seleccionadas, junto con los lugares en donde encontrarlas, están entre las más bellas, singulares y valiosas. Por eso es indispensable admirarlas sin cogerlas ni destruir su hábitat.