Hace unas semanas me subí a un avión rumbo a México, el mar de Cortés me esperaba al otro lado del Atlántico, cruzando el continente americano. Durante el vuelo no podía sacarme de la cabeza un vídeo que había visto años atrás: un fotógrafo se sumergía en las gélidas aguas de Alaska para fotografiar al depredador de los mares por excelencia, ¡la orca! ¿Cómo podía ser posible que una persona pudiera tener un encuentro con semejante animal en su medio salvaje? Una criatura extremadamente inteligente y potencialmente peligrosa, capaz de desarrollar estrategias complejas de caza para comer el hígado de un tiburón blanco o la lengua de una ballena azul. Aquellas imágenes se me quedaron grabadas a fuego en la retina, tuve claro que era algo que iba a hacer antes de dejar este mundo. Y mira por dónde, sin esperarlo ni buscarlo, apareció la oportunidad.