Probiótico significa provida. Toda una hipérbole lingüística que ha motivado que el negocio en torno al término se adelante a la investigación, en pos de la buena salud de las cuentas de resultados de quienes los producen. A día de hoy, además de en la leche y los yogures, es posible encontrar champús, lociones para el afeitado, desinfectantes, serums, cosmética facial, pastillas para la caspa y pastas de dientes que proclaman contener microbios vivos que velan por la buena salud del personal. “El problema es que se está metiendo todo en un mismo saco: aquellos usos respaldados por ensayos clínicos y otros que no lo están”, explica el doctor Francisco Guarner, presidente de la Sociedad Española de Probióticos y Prebióticos (SEPyP) y una referencia mundial en esta área. “El fabricante que se ha esforzado en demostrar que su producto supone un beneficio cuando se administra en las cantidades adecuadas, se encuentra en las estanterías de las farmacias a la misma altura que otros compuestos de los que no se sabe qué llevan dentro, porque las compañías que los lanzan no se han molestado en realizar un estudio sobre su eficacia”, advierte el también investigador sénior del Instituto de Investigación del Hospital Universitario Vall d´Hebron de Barcelona. “Esto ha repercutido en que quien estaba haciendo investigación haya dejado de hacerla”, lamenta.