Cuando alguien se sube a un estrado y, con la más frágil de las dulzuras, suelta eso de “me llamo Greta Thunberg, tengo 16 años, vengo de Suecia y quiero que sientas pánico”, justo es reconocerle que tiene una carta de presentación tan inmejorable que Chucky y la muñeca Annabelle se astillarían las articulaciones por haberla acuñado. Pero lo que no es justo, sin duda, es convertir a esta precoz candidata al Nobel de la Paz en diana de los más feroces linchamientos mediáticos dispuestos a ver al lobby feroz de las energías renovables asomando las orejas tras su perfil de icónica caballera sin espada, movida por un idealismo que hubiese aplaudido el mismísimo Frank Capra.