Estaba en el ruedo el quinto de la tarde, un anovillado ejemplar con el hierro de Núñez del Cuvillo, mientras parte de los tendidos gritaba y protestaba solicitando la devolución del animal. ¿El motivo? Su -aparente- escasísima fuerza. Brazos levantados, pañuelos verdes al aire y la sensación de que, tanto el toro, como el hipotético trasteo a realizar por su matador, estaban condenados al olvido.