Apenas ha transcurrido cuarto de hora de juego en Tokio cuando el gigante Tomás Lavanini va a la caza del virtuoso Owen Farrell. La tensión es palpable en un duelo que Argentina necesita para seguir con vida. Lavavini flexiona su tronco, pero impacta con su hombro de guardaespaldas en la cabeza del capitán inglés. Segundos después, las pantallas repasan lo ocurrido y Nigel Owens, reconocido como el mejor árbitro del mundo, debe decidir. El reglamento, inmisericorde con los placajes altos, no le da opción. El galés le explica que debe primar la seguridad de los jugadores y que no observa suficiente contención. Y le muestra la tarjeta roja. No dio tiempo a evaluar la revolución de Mario Ledesma y Argentina se convierte en el primer grande en la puerta de salida del Mundial.