Jean-Pierre Lacroix (París, 59 años) recuerda la única solicitud que le hizo un grupo de mujeres sudanesas, hace solo unas semanas, durante su visita a Darfur: “Queremos ser involucradas en las negociaciones de paz y queremos que ese involucramiento sea real y no solo una consulta”. La región, en el oeste de Sudán, ha vivido sumergida en un conflicto entre el norte árabe-musulmán y el sur negro-cristiano, que no cede desde su inicio en 2003 y a pesar de los acuerdos de paz firmados en 2006. Para tratar de contener la violencia, las negociaciones continúan, pero esta vez el eco de las demandas de mujeres que viven en carne propia las consecuencias del conflicto, empieza a ser escuchado. “Es el siguiente paso”, dice Lacroix, en el trabajo que hacen con comunidades que han sido arrasadas por las formas de violencia más brutales que han encontrado. El diplomático asegura que la empatía y la confianza que se logra entre las misiones de paz y muchas de las comunidades responde a la presencia femenina. Disminuye el impacto de recibir a extraños como mediadores y aumenta la posibilidad de avanzar más rápido en la reconstrucción de la paz.