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La inmortalidad imposible

En una sociedad en la que la poesía se mueve entre minorías no parece que los poetas sean materia asesinable. Sin embargo, el poema es una expresión incómoda, un lugar en el que tantear la raíz de nuestras contradicciones. El poeta estorba, es la rareza que araña conciencias aunque su eficacia sea, parafraseando a Vázquez Montalbán, “la de un modesto tirachinas”. Juan Cobos Wilkins, cada vez más atrevido al explorar las zonas donde se inter­re­lacionan la memoria, la intimidad, la realidad visible y las ensoñaciones, nos ofrece en su último libro una colección de indagaciones —con forma de dípticos que afirman y niegan— en las dos caras de un acontecimiento, de una evocación, de un recuerdo, de un concepto. El poema, como siempre en su obra, es palabra imprevista. Imágenes contempladas en espejos deformes, metáforas que trazan la geografía de un hombre enfrentado a la madurez y al merodeo de la muerte: “Solos, y frente al inmoral espejismo de amar, somos mortales”.

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