Cae la noche y una treintena de personas se agolpa ante el número 10 de la calle Príncipe de Asturias de Madrid. Van pertrechados con ropa de abrigo —algunos incluso con prendas de esquiar—, mantas, hamacas, cargadores y baterías de teléfono, comida, bebida y altas dosis de ánimo. La escena, como uno de ellos comenta, parece la del acceso a un comedor de Cáritas. También recuerda a la cola de fans que quieren entrar los primeros al concierto de su estrella favorita de rock. Pero no.