La historia de los presentadores de las grandes galas del cine siempre ha tenido algo de autoparódica. Ha que reírse un poco de la propia industria, de los nominados, de uno mismo. Lo han hecho los presentadores más memorables de los Oscar: desde Billy Cristal a Whoopi Goldberg, todos comentaban animosos en sus monólogos de apertura que si había mucha cirugía, que si los críticos son unos amargados, aquí un chiste amable de tono racial, aquí otro sobre los homosexuales… Y ya. El umbral de lo aceptable estaba más bien bajito.