En un viaje por África durante el cual ascendí con mi hermano al Kilimanjaro (que es, con sus 5.895 metros, la montaña más alta del continente), contratamos en Nanyuki un guía local que nos llevara al Parque Nacional del Monte Kenia. Al día siguiente, mientras lo esperaba con las mochilas en la esquina convenida, vi a nuestro hombre bajar del jeep y ponerse a hablar con un tipo rubio y de ojos azules, con pinta de sueco, que estaba unos metros más allá; cuando descubrió que se había confundido de persona, me confesó que él “veía a todos los blancos iguales”. Para entonces había descubierto que a mí me pasaba lo mismo con los africanos; de forma que me parecía asombrosa, nuestro conductor podía distinguir a simple vista si una persona era kikuyu, kamba o luo, y no digamos somalí.