Medio ciega y apoyada en un bastón, Annette Cabelli (Salónica, 1925) recorre una de las salas de la Casa Sefarad durante la inauguración de una exposición fotográfica sobre Auschwitz, el campo de concentración polaco donde sufrió los horrores del nazismo. A su lado, el fotógrafo Juan Pedro Revuelta, le traduce lo que aparece en las instantáneas que ella solo ve como nubarrones: uno de los vagones de prisioneros, una muñeca rota o un montón de gafas. “Block 11″, dice Revuelta mientras señala una imagen de un pasillo con una horca portátil. Cabelli asiente con la cabeza. No necesita más palabras para saber que todo el mundo presente está viendo el corredor del edificio que los nazis utilizaban para torturar a algunos prisioneros. Pero pocos saben que Cabelli estuvo en ese barracón limpiando letrinas de los presos políticos. Allí se contagió de tifus y, según recordó en una entrevista hace un año a EL PAÍS, contempló cómo se llevaban a decenas de judíos a las cámaras de gas y a los hornos. Incluso también vio pasear cerca de ella a Jofef Mengele con un ejército de médicos. “Hacían experimentos con las jóvenes y les quitaban todos los órganos que podían. Luego las enviaban a trabajar. Pero no podían y una semana después se morían”, recuerda.