Josep María Bartomeu y sus políticas anestésicas han conseguido algo imposible de creer hace apenas unos años: que el Barça se plantee fichar a un delantero de 32 años, suplente en el Getafe, y que no dimita en bloque hasta el Govern de la Generalitat. Su mandato, salvo milagro de última hora, pasará a la historia como uno de los mayores procesos degenerativos del fútbol moderno, pero también como una época de parsimonia social y aceptación reposada de la tragedia. El proyecto Bartomeu —suponiendo que haya uno, más allá de estirar la magnífica herencia recibida— se desmorona estrepitosamente y el socio apenas acierta a entonar un “¡qué irse, qué apagarse!”, como si, al menos, encontrara un cierto consuelo en aprovechar la ocasión para rendir merecido homenaje al fallecido José Luis Cuerda.