Los campeonatos argentinos podrían adoptar un refrán sobre su mayor paradoja: “En país de goleadores, partidos sin goles”. Si el fútbol fuese una operación de regla de tres simple, en la tierra de Lionel Messi y de Sergio Agüero -y de Diego Maradona y de Alfredo Di Stéfano– deberían abundar las goleadas, los gritos y las celebraciones, pero la realidad es menos festiva. Comparada a las competiciones más importantes de Europa y del resto de América, la Superliga es el torneo en el que menos se convierte. Las redes de los arcos argentinos son casi decorativas.