El lunes, primer día laborable desde el estallido de contagios en el norte de Italia, puso a prueba la resistencia de un país ante la oleada de restricciones impuestas por el Gobierno. Ciudades como Milán o Turín amanecieron en estado de semiparálisis. Tiendas cerradas o agotando existencias, escuelas, universidades, gimnasios y bares cerrados. Las 50.000 personas confinadas en los dos focos de contagio -los 10 municipios lombardos y uno de Véneto- pudieron comprobar cómo sus pueblos tenían ya controles de acceso custodiados por la policía y el Ejército. Nadie pudo entrar y salir. Se confirmó, además, una séptima víctima, la Bolsa cayó un 6% y la prima de riesgo volvió a subir. Lombardía y Véneto representan un tercio del PIB italiano y la crisis sanitaria, temen los economistas, pronto podría derivar en una recesión de la frágil economía italiana.