Agradezco a quien evita esparcir los gérmenes de sus estornudos, tanto como los contados prójimos que procuran no contagiar a todos con su ignorancia o soberbia. Celebro a quien tose cubriéndose la boca y a los miles que caminan sin tener que mirar a los demás como contagios ambulantes y celebro a quien se lave las manos antes y después, durante y al final de cada día tanto como alucino a quien llegue a embarrarte la piel de sus palmas en medio de la mesa a la hora de comer, por encima de las viandas y con un gastado billete de moneda incierta en la mano izquierda porque acaba de pagarle al taxista.