Después de ver el estado de guerra con el que el Estado francés está sometiendo a sus ciudadanos comienzo a preguntarme si el remedio no es peor que la enfermedad. A estas alturas de la crisis desatada por Covid-19 está claro que habrá más víctimas por el brutal impacto económico por las medidas tomadas para combatirlo que por los decesos que pueda provocar el horrible bicho. La suspensión prácticamente total de las cadenas productivas en buena parte del hemisferio norte, el cierre tajante de fronteras, la paralización de negocios durante semanas y el confinamiento de los ciudadanos tendrán secuelas que habrán de sentirse durante muchos meses, si no es que años. Pero no puedo evitar pensar en las tragedias en estadios o teatros en los que las personas terminan aplastadas por otras personas que huyen de una emergencia. Situaciones en las que el pánico resulta más dañino que aquello que lo desató.