“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, decía Elsa a Rick en Casablanca. Hoy, mientras el mundo se derrumba, nosotros limpiamos los baños, hacemos la comida, teletrabajamos —si es que podemos—, fundamos escuelas virtuales y miramos a nuestras parejas como si no las hubiéramos visto antes porque, en realidad, nunca hemos podido mirarlas como ahora. Al mismo tiempo, los que atraviesan este desierto en solitario acarician su cuerpo como si nadie fuera a tocarlo nunca más. Y los deseos que palpitaban en nosotros se ven amenazados cuando no aniquilados por las actuales circunstancias. La intimidad ha sufrido un golpe tan grande o mayor que la economía. Y la subjetividad se ha borrado del debate público y político con la naturalidad con que siempre se silencia todo lo que es personal, como si no existiera. Mejor dicho, como si no existiéramos.