Ha resultado ser mucho más grave que una simple gripe. Y podemos enzarzarnos en una estéril pelea por quién dijo o quién hizo qué y cuándo, buscando culpables de una epidemia mundial para la que nadie podía estar preparado. Debemos llorar a los muertos, apoyar a sus familiares y agradecer los esfuerzos, más allá de lo que exige el deber, de tantos y tantos colectivos, imprescindibles para garantizar una convivencia civilizada, con los sanitarios al frente. La pandemia ha sido lo más grave que nos ha pasado desde la II Guerra Mundial. Por culpa de un virus, hemos vivido en España la mayor restricción a nuestras libertades individuales y el mayor y más súbito desplome de nuestra actividad económica de los últimos cuarenta años. Tenemos, pues, la obligación de analizar lo ocurrido, extraer aprendizajes, esforzarnos para que los grandes sacrificios realizados durante ella sirvan para ser mejores en el futuro.