En la vejez, cuando nuestra fuerza física decae, cuando nuestras capacidades intelectivas merman o desaparecen, cuando somos poco competitivos profesionalmente y dejamos de importar a nuestros semejantes, la familia se va haciendo muy necesaria y finalmente imprescindible. Por desgracia, no siempre podemos contar con los nuestros, y la sociedad no ha sabido dotarse de los recursos necesarios para que todos, los que tienen recursos propios y los que no los tenemos, podamos envejecer con la dignidad suficiente. No hemos sido capaces de crear un pacto social que defienda la vejez. Sin duda, cada persona es responsable de las decisiones que ha ido tomando en su vida y, por tanto, ha de afrontar sus consecuencias, pero como miembros de una sociedad solidaria deberíamos ser capaces de ver en cada persona mayor una vida humana que merece el máximo respeto y la dignidad absoluta. La covid-19 nos ha puesto en evidencia.