Hasta la llegada de la Revolución Industrial, el proceso de tratamiento del arroz para su consumo era siempre de forma manual: se golpeaban los granos en un mortero a ritmo de bombo de charanga o eran pisados por animales con el fin de desprender la capa superior de las semillas, que después se aventaban. En 1861, con la primera patente, por parte del ingeniero británico Sampson Moore, del pulidor comercial de arroz, se abrió la puerta a un progreso que prometía más rapidez y menos esfuerzos. Vamos, las cualidades que se le presuponen al desarrollo. Esta mecanización facilitó el descascarillado de las cosechas en los nuevos molinos, que pulían los granos dejándolos completamente blancos. Hay que recordar que el arroz de color moreno era tomado como alimento de gente pobre, así que esos granos blancos y sedosos, de cocinado y masticación más fácil, con mejor gusto y digestibilidad, llegaron con buenas credenciales.