Con apenas 13 años, Modou Fata Touré deambulaba sin rumbo por las avenidas de Dakar, la capital de Senegal. De día, pedía limosna para comer, y al caer la noche se acurrucaba en los portales y dentro de los coches abandonados para protegerse de los mil peligros que acechaban. Hoy, aquel niño de la calle se ha convertido en el ídolo de una chiquillería que se desternilla con sus caídas y se asombra con sus acrobacias, un gigante de 30 años que un día montó un circo para repartir las sonrisas que a él le faltaron.