La nueva normalidad es un baile de máscaras. Danzamos con medio rostro oculto intentando ir por la vida con naturalidad, aunque la mascarilla nos haga parecer entre médicos y forajidos y nos impida entendernos como hemos hecho siempre, con nuestra gama de sonrisas —genuinas o de cortesía— y una batería de códigos que apuntalamos retorciendo la boca y las mejillas. Ahora cuesta más reconocer las caras habituales porque, además de ir con medio rostro tapado, unos llevan gafas de sol y otros gafas de ver que se empañan.