Ya no hablaré más de mí. Desde que he vuelto a pisar la calle, he recuperado el equilibrio perdido. Lo que pasa a mi alrededor siempre me ha interesado más que mirarme el ombligo, y ahora que me he acostumbrado a la mascarilla de rigor, al botecito que relleno a diario de gel hidroalcohólico para limpiarme las manos cada vez que toco algo, el pasillo de mi casa ha perdido encanto.