El relato de la Edad Dorada de Hollywood no tiene los matices del cine que se producía en sus majestuosos estudios. Los tonos de gris del blanco y negro se pierden, y por un lado está la cloaca, el Hollywood cruel y morboso, salvaje y sin piedad de listas negras y abusos de poder, el eterno Hollywood de juguetes rotos y espirales de locura, de exclusión y asfixiante exposición; y, por otro, el sueño, el exuberante espejismo de otro mundo en el que todo acaba siempre bien porque la realidad filmada es perfección y esperanza y hasta justicia –o debe parecerlo–, he aquí el Hollywood que se jacta de sus flashes y su glamour, de la fama y la belleza, del éxito merecido y tan costoso pero, otra vez, justamente alcanzado.