Cuando uno se ve ante unas cuantas fotografías de Barcelona tomadas a lo largo de un siglo y medio, la primera tentación conduce al ejercicio nostálgico. Cómo no solazarse en el recuerdo de la arquitectura de sus barrios bulliciosos y empapados de sabor popular, de un puerto mucho menos high-tech que el actual, del trazado aún medieval de muchas de sus calles, o incluso en los principios higienistas del plan de urbanismo puesto en práctica en la segunda mitad del siglo XIX por Ildefons Cerdà, ese ensanche burgués cuya construcción supuso una suerte de momento fundacional para la celebrada modernidad barcelonesa.