“Cuando iba a subir al barco y el policía me echó para atrás, me llevé una gran decepción: mi permiso no valía igual que los otros, y eso que me habían preparado para lo que pasó. Cuando mucho más tarde pude subir al barco, porque un tribunal había ordenado a la Comisaría General de Extranjería y Fronteras que organizara mi traslado a la Península, sentí que dejaba un trozo de corazón, por los amigos que quedaban atrás en Melilla; que salía de un infierno, por las condiciones de vida; que se me abría una oportunidad”. Eso cuenta J.E.M., uno de los protagonistas de la Operación barco, promovida por el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM).