Una de las últimas veces que se reunió casi toda la familia, llegaron a juntarse unas 90 personas, recuerda grosso modo Carlos Matos. Fue en la Navidad de hace dos años y le viene a la cabeza la imagen, entre otras cosas, para recordar cómo parte de su familia ni siquiera conocía todos los rincones de la casa Moebius, en un rincón de la megalópolis que es la capital mexicana. Junto a sus casi 30 primos, Matos ha pasado aquí tantas tardes que cuando se le pregunta cómo es vivir en ella no le queda otra que decir que él ha crecido en esta obra de arte. Una obra que no deja de ser la definitiva, la más representativa de su abuelo, el arquitecto Ernesto Gómez Gallardo, y que para Matos y sus primos fue, durante mucho tiempo, un lugar lúdico: “Siempre hay un espacio para que sucedan las cosas”.