Nada más empezar a escribir estas líneas el cuarto de contadores del edificio donde vive una buena amiga empezó a arder. No pasó nada, solo un susto, calor y mucho humo, pero es una buena metáfora del estado en el que hemos llegado a este mes de agosto. Nuestras casas quieren perdernos de vista tanto como nosotros a ellas. Y hasta que podamos hacerlo, si es que podemos, buscamos subterfugios. En una escapada de mi mesa para hacer un presunto recado –ventajas del teletrabajo–, paré en la librería de viejo de Santa Bárbara, cerca de mi casa en Madrid: un kiosco acristalado con un puesto fuera en medio de una placita. Pocas cosas me gustan más que un libro viejo, sobre todo si es barato, y encontré en el cajón de los restos The original eye, un volumen de 1984 sobre Cecil Beaton, Peggy Guggenheim, Malcolm McLaren y algunos otros “árbitros del gusto del siglo XX”.