Hay algo en los ídolos eróticos de la infancia que se queda para siempre, una especie de deseo que no llega a desaparecer. Cualquiera puede evolucionar en sus gustos y pasar de admirar el cuerpo esculpido a las carnes generosas, el cabello platino del norte al moreno oscuro del sur, pero aquellos que uno ha deseado de joven siempre guardan un lugar especial en la memoria.