En ello pensaba hace unos años mientras surcaba en un amanecer de luz acerada los canales abiertos a la navegación entre bosques acuáticos de totora en una pequeña embarcación que me llevaba desde Puno hasta la isla de Amantaní. Pero lo que me llevó a Amantaní por primera vez en el año 2000, no fue la búsqueda de los orígenes del Tawantinsuyo (el imperio incaico), sino conocer una forma diferente de hacer turismo, en la que en teoría todos los miembros de una comunidad participaban del negocio y se repartían los beneficios. En Amantaní, una de las islas habitadas más grandes del lago Titicaca, no hay grandes hoteles ni se espera que los haya en un futuro.