Xavi Hernández Creus (Terrassa, 1980) nunca ha llorado por perder un partido. Ni como jugador ni como entrenador. Le ocurre algo parecido a cuando se rompe un cristal muy fino y sus esquirlas levantan un vapor blanco, catastrófico. Como si una especie de serpiente se fuera retorciendo por dentro hasta plantarle cara. Es entonces cuando le sale el enfado. En su primer partido oficial como entrenador del Al Sadd, en Qatar, hace un año, le dio un puntapié a una botella de agua –“porque el árbitro en el ultimo minuto no pitó un penalti de libro”– y la zapatilla que le había regalado Nuria, su mujer, “salió volando por el estadio y se hizo viral”. Hablamos de ambición. De mentalidad de ganador. De una competitividad que siempre ha gestionado con un espíritu de nobleza. No es ganar por ganar. Se trata de pintar el juego, de imprimirle un toque de estilo, de crear laberintos de aire con el balón.