Desde el rotundo éxito comercial y de crítica de El caballero oscuro en 2008, cada nueva película del británico Christopher Nolan tiene tintes de acontecimiento planetario. Con la necesaria contribución de sus clanes de fanáticos y detractores, no ir a ver de manera inmediata un nuevo trabajo suyo supone, básicamente, quedarse fuera de la conversación. Las discusiones pueden versar sobre su condición de artista genial o pretencioso, sobre la frontera entre alta y baja cultura que parece haber erigido en el corazón del cine de superhéroes o, en particular, sobre la complejidad de sus constructos narrativos, que, según sostienen algunos de sus seguidores, obliga incluso a ir a ver sus películas dos veces para entenderlas.