No parece ser un secreto para nadie que Lev Tolstoi afirmó que “todas las familias felices se parecen entre sí y las infelices son desgraciadas cada una a su manera”; pero el hecho es que, al menos desde el comienzo de la pandemia, también las familias infelices se parecen entre sí, en especial las que tienen niños: vigilar su uso de los teléfonos que se han vuelto su única conexión con el mundo exterior, procurar mantenerlos entretenidos, potenciar de alguna manera sus habilidades y disimular el malestar mientras, en el mejor de los casos, se intenta teletrabajar se han convertido en la rutina de unos padres cuya propia percepción de una supuesta falta de estímulos ha arrojado a los brazos de la reforma hogareña, el consumo de teleseries, los juguetes sexuales y los tutoriales de YouTube.