En junio se cumplió un año del primer encuentro entre el paleontólogo y yo. Un año durante el que no nos subió el colesterol ni nos aumentó la presión arterial ni nos cayó una teja en la cabeza. Comparadas con la marcha del mundo, nuestras vidas discurrían sin sobresaltos reseñables. La asociación funcionaba, en fin. Le llamé para decirle que deberíamos celebrarlo y estuvo de acuerdo.