“¿Por qué no quiere reproducirse la gente? Es una idea que caló después del Cambio: que no debíamos traer niños al mundo. Destruimos el mundo y no tenemos que seguir poblándolo”, dice el joven narrador de esta historia. Sus padres y todos los padres destruyeron el mundo que conocían y ahora los supervivientes de la catástrofe y la siguiente generación, la del narrador, se hallan confinados tras un muro de 10.000 kilómetros en la costa de Inglaterra. El Muro los protege de los Otros, otra clase de supervivientes que vive en condiciones ínfimas e intentan colarse en el país protegido. Evidentemente estamos ante una distopía futurible, no diferente de tantas otras que hoy en día nos ofrecen muchas narraciones, literarias o cinematográficas, al socaire del temor cada vez más extendido a la destrucción de la vida en nuestro planeta. Una vez más, uno se pregunta: ¿estamos ante un ejercicio de verdadera ambición literaria o la mera consolidación de un nuevo género literario de hecatombes ocasionadas por la codicia sin escrúpulos que agota las fuentes de vida del planeta?