1. London
Se me atenebra el ánimo con la noticia de que el emperador histriónico y naranja que mora en su casa blanca va acortando distancias con su rival demócrata, a quien Dios (God, en este caso) no ha concedido —ay— el don de ilusionar ni el arte de la contundencia dialéctica. Lástima de Bernie Sanders: probablemente no habría ganado, pero, sin duda, los estadounidenses habrían escuchado una voz realmente poderosa y una respuesta enérgica a las badomías y dislates trumperos. Lo que suceda a partir de noviembre tendrá consecuencias para todos, especialmente ahora, cuando la pandemia ha logrado que la gente se vaya acostumbrando, como de puntillas, a la merma de libertades que la lucha contra el virus viene propiciando. De nuevo cobra relevancia aquel dictum certero de H(enry) L(ouis) Mencken (1880-1956), admirado maestro de columnistas y satíricos: “Los hombres a los que los americanos admiran de modo más extravagante son los más atrevidos mentirosos; a los que detestan más violentamente son a los que tratan de decirles la verdad”. Por eso me ha dado tanto que pensar —y mucho con que entretenerme— la relectura de El talón de hierro (ETH) de Jack London, que Cátedra ha publicado en excelente edición de Isaías Gómez López. Leída ahora, la novela, publicada en 1908, puede considerarse la primera distopía novelesca de la modernidad: su influencia, directa o indirecta, se percibe en H. G. Wells, Zamiatin, Orwell, Bradbury o Atwood, por citar solo a algunos escritores a los que inspiró. Estructuralmente, ETH se articula en torno al motivo del manuscrito encontrado: un comentarista (Meredith), que interviene en la narración con sus notas y apostillas al texto, edita y publica, siete siglos después de que fueran redactadas, las memorias (el “manuscrito Everhard”) de la enamorada esposa (la novela puede leerse también como la crónica de un gran amor) de un revolucionario —una especie de superhombre socialista— durante las insurrecciones (y las terribles dictaduras consiguientes) de los proletarios y la “gente del abismo” contra la oligarquía, sus cómplices sindicales y su brazo armado, el llamado “talón de hierro”. Recibida originalmente con escaso entusiasmo incluso por los críticos marxistas, que lamentaban su pesimismo, la novela de London, que presenta no poco interés narrativo (un autor varón, una narradora en primera persona y un comentarista que puntualiza y opina), se convirtió en los años treinta en un “clásico socialista” (lo fue, por ejemplo, para Trotski) en el que muchos vieron una premonición del fascismo. Pero no todo es tan simple: más allá del final diferido e inexplicable (spoiler: cuando el comentarista encuentra el manuscrito, 700 años después, la revolución ha triunfado, pero no se nos dice cómo ha sido), London introduce elementos políticamente ambiguos, como el carácter de la monstruosa gente del abismo, la superioridad de los anglosajones, la mitificación desmedida del héroe. Por todo ello, y por los tiempos que corren, el libro de London merece una nueva atención.