“Nadie quiere pasarse la vida formulando preguntas y filtrando resultados”. No es cierto. Ted Chiang sí, y es lo que hace en sus cuentos, cercanos a la especulación y la conjetura, dispuesto a lanzar hipótesis y consignar los corolarios que se desprenden de las sugestivas propuestas que ofrece su mente. Al aclamado autor e informático neoyorquino le interesa abordar los conflictos éticos y etológicos que se desprenden de la relación entre el hombre y la máquina, no a la manera de los textos agoreros como el alarmista Yo, robot, de Asimov, o 2001. Una odisea del espacio, de Arthur C. Clarke, y su rebelde computadora Hal, sino desde la serena óptica del científico que no pretende desarrollar un drama distópico, sino plantear su contingencia a la vez que reflexionar sobre la forma en que alteraría el orden natural de las cosas.