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No se puede vivir sin Fellini

Viajé por primera vez a Italia el 16 de junio de 1977, al día siguiente de que España celebrara sus primeras elecciones democráticas en cuatro décadas. Yo acababa de cumplir 15 años y no viajaba por razones políticas, sino deportivas: para jugar un torneo de balonmano. Todos mis compañeros de equipo eran mayores que yo, y una noche nos escapamos del hotel y acabamos en una sala de fiestas que ofrecía un espectáculo cuyo número estelar era un striptease. Soy incapaz de explicar lo que sintió aquel adolescente que era yo, criado en el tétrico clericalismo franquista, al ver desnudarse una mujer delante de él. Sólo diré que durante años estuve completamente enamorado de ella, y que a ratos tengo la impresión de que todavía me duelen las manos de tanto aplaudirla.

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