Hay un cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, de 1568, que cuelga de las salas del Museo di Capodimonte de Nápoles, que bien podría resumir lo que pasa estos días en el contexto artístico de Barcelona: un acuciante vértigo frente a la incertidumbre. Seis ciegos caminan unos tras otros siguiendo a un guía, también ciego. Lo hacen por el curso inseguro de un puente que parece a punto de quebrarse y que, además, tiene una buena pendiente. El último de la fila no advierte el peligro, pero el primero ya se ha caído mientras los palos sobre los que se sustentan flotan en medio del abismo.