Durante las navidades de 1994, The New York Times se hizo eco de un suceso inédito: a lo largo del país miles de padres hacían cola durante días enteros a la puerta de las jugueterías para hacerse con los accesorios de una serie infantil en la que cinco adolescentes –realmente veinteañeros como marca la tradición– envueltos en licras de colores chillones se liaban a manporrazos con unas figuras de poliespán que habrían resultado ridículas hasta en una función escolar. Se hacían llamar los Power Rangers y probablemente esa indisimulada cutrez fuese una de las claves de su inmenso éxito.