Pau Luque es un joven filósofo que ha cometido la osadía de adentrarse en la investigación sobre dos conceptos cuya ambigüedad suele provocar serios dolores de cabeza: el arte y la moral. Si ya es difícil definir con un sentido unívoco cualquiera de los dos vocablos, la combinación de ambos genera un mar de dudas e incertidumbres, que por lo mismo incitan nuestra capacidad de asombro. ¿Debe el arte someterse a principios morales? ¿Y qué persona o institución determina en ese caso cuáles deben ser? ¿Podemos imponer la censura a nuestra imaginación? ¿Y a nuestra fantasía? Durante siglos la autoridad religiosa, política o militar ha ejercido una caución moral e ideológica sobre las manifestaciones artísticas, cubriendo genitales de estatuas, silenciando letras de canciones, tachando frases malsonantes, prohibiendo blasfemar y censurando incluso el mal gusto, cualquier cosa que eso signifique. Ahora, cuando las jerarquías tradicionales ven debilitada su capacidad represora, la sedicente voluntad popular y los sentimientos identitarios vienen a reemplazarlas. La protección de la infancia, la igualdad de género o el respeto a las creencias religiosas son, por ejemplo, valores democráticos en los que se ampara una cierta oleada de corrección política e incluso de nuevo puritanismo. Lo que equivale a sugerir la imposición de límites morales a la exhibición y distribución de determinadas obras.