Junto a Simone de Beauvoir, de nueve años de edad, alumna del centro escolar católico Adeline Desir, aparece una morenita de pelo corto, Élisabeth Lacoin, conocida por Zaza, que le lleva unos cuantos días. Espontánea, divertida y atrevida, destaca en el conformismo reinante. Al comienzo del curso siguiente, Zaza no está. El mundo, taciturno y agobiante, se ensombrece cuando, de pronto, aparece la impuntual y, con ella, el sol y la felicidad. Su inteligencia despierta y sus múltiples talentos seducen a Simone; la admira, está subyugada. Se disputan los primeros puestos, se vuelven inseparables. No es que Simone no sea feliz en su familia, entre su madre joven y muy querida, su admirado padre y una hermana pequeña y sumisa. Pero lo que le sucede a esa niña de diez años es la primera aventura del corazón: lo que siente por Zaza es pasión; la venera, teme desagradarla. No entiende, por supuesto, en la patética vulnerabilidad de la infancia, esa revelación precoz que la fulmina; es a nosotros, sus testigos, a quienes resulta tan conmovedora.