Un escritor forma parte del patrimonio literario de un país y de una lengua cuando se pueden citar de memoria varios de sus versos, pero más todavía cuando su imagen aparece en los billetes con los que se paga a diario el pan o el café, como le ocurrió a Gustavo Adolfo Bécquer entre 1970 y 1978. Su popularidad como autor incluido en los temarios escolares y el hecho de que su vida transcurriese durante el siglo XIX, en pleno Romanticismo literario, le han convertido en el arquetipo del poeta bohemio, enamoradizo e incluso cursi, adjetivos difíciles de combatir. Para desmantelar los tópicos relativos a su persona y poner en diálogo la vida y obra de Bécquer con el contexto histórico en que se desarrollaron, así como para perfilar cuál fue la contribución a su trayectoria vital de las personas más cercanas a él, hacía falta una nueva biografía del autor como la que acaba de publicar el filólogo Joan Estruch.