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El arte de comerse una gamba

La propia entrada, con una sutileza ofensiva, se ocupaba de marcar las distancias. Era el acceso a un club exquisito, privado como pocos. No al estilo inglés, donde el dinero no es únicamente la llave de admisión, aunque este lugar también se vanagloriaba de saber decir que no, y la prueba era que entre sus miembros había un déficit de perfiles digamos famosos. La discreción y confidencialidad eran parte del atuendo de aquellos individuos, titulares de imponentes fortunas, que buscaban pasar inadvertidos.

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