Una de las ideas más geniales de la formidable primera novela de Luis Landero, Juegos de la edad tardía, es su conversión de la palabra afán en un concepto trascendental para la peripecia humana. Landero la escribe siempre engalanada con el artículo, esto es, el afán, y su significado lo define con claridad un personaje de la novela: “El afán”, dice, “es el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce”. Se trata de un anhelo que, según el autor, es específicamente masculino; de hecho creo recordar que a las mujeres se nos libra en el texto de la patética locura del afán porque el novelista nos juzga mucho más sensatas y maduras.